Mujica encarnaba otra forma de ejercer el poder. Vivía en su chacra del Rincón del Cerro con su esposa, la senadora Lucía Topolansky. / AFP.

“No quiero que me recuerden, quiero que hagan algo”: José 'Pepe' Mujica, símbolo de la izquierda latinoamericana

Foto: Mujica encarnaba otra forma de ejercer el poder. Vivía en su chacra del Rincón del Cerro con su esposa, la senadora Lucía Topolansky. / AFP.
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Del fusil a la palabra, de la cárcel a la presidencia: el legado de una vida consagrada a la política como acto ético, austero y profundamente humano.

José Alberto Mujica Cordano vivió entre dos mundos: el de los insurgentes y el de los gobernantes, el de los que desconfían del poder y el de quienes lo ejercen con mesura. Su muerte cierra un ciclo histórico en América Latina. Mujica, campesino, guerrillero, prisionero, presidente, se convirtió en símbolo de una ética política poco frecuente en el continente: la de la coherencia, la austeridad y la empatía.

Nació en Montevideo el 20 de mayo de 1935, y se crió en Paso de la Arena, en la periferia de la capital uruguaya. Hijo de una familia de pequeños trabajadores rurales, de ascendencia vasca e italiana, quedó huérfano de padre a los siete años y trabajó desde niño vendiendo flores para colaborar con su madre. Estudió en escuelas públicas y cursó el bachillerato en el Instituto Alfredo Vásquez Acevedo, aunque no concluyó su educación formal.

Por tradición familiar militó en el Partido Nacional, donde fue secretario general de la Juventud, pero su espíritu rebelde lo llevó a romper con esa filiación. Participó en la fundación de la Unión Popular, junto con el Partido Socialista del Uruguay y el grupo Nuevas Bases, y en la segunda mitad de la década del sesenta, fue uno de los fundadores del Movimiento de Liberación Nacional - Tupamaros (MLN-T), organización guerrillera que nació en respuesta al cierre progresivo de los canales democráticos en un contexto de creciente represión.

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De la clandestinidad al encierro

Como militante tupamaro participó en acciones de sabotaje, expropiaciones y operativos armados. Fue baleado y capturado en cuatro ocasiones. Tras su última detención, fue uno de los nueve dirigentes del MLN-T tomados como rehenes por la dictadura cívico-militar y sometidos durante casi 15 años a condiciones extremas de aislamiento y tortura. De esa experiencia, que marcó su cuerpo y su visión del mundo, emergió con una convicción serena: “Estuve siete años sin ver un libro, sin ver un árbol. Entonces aprendí que la libertad está adentro de uno mismo”.

Liberado por amnistía en 1985 con el retorno de la democracia, Mujica se reintegró a la vida política junto a sus compañeros. Fundó el Movimiento de Participación Popular (MPP), una de las principales fuerzas del Frente Amplio, y desde allí inició una carrera institucional que lo llevó al Parlamento.

Gobernó desde una pequeña chacra

Fue electo diputado en 1994 y senador en 1999. En 2005, el presidente Tabaré Vázquez lo designó ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca. Desde esa función defendió la soberanía alimentaria, la producción nacional y el cooperativismo rural. En 2010, tras vencer en segunda vuelta con el 52,4% de los votos, asumió como presidente de la República Oriental del Uruguay.

Durante su mandato (2010–2015), lideró transformaciones sociales que convirtieron a Uruguay en referencia global. Legalizó la interrupción voluntaria del embarazo hasta la semana 12 de gestación, aprobó el matrimonio igualitario y reguló la producción y venta de cannabis bajo control del Estado. También impulsó la diversificación energética, la descentralización educativa con la creación de la Universidad Tecnológica del Uruguay (UTEC), el plan Juntos para construir viviendas populares, y una reducción histórica de la pobreza y el desempleo. El salario mínimo aumentó, así como el poder adquisitivo de los trabajadores.

Mujica encarnaba otra forma de ejercer el poder. Vivía en su chacra del Rincón del Cerro con su esposa, la senadora Lucía Topolansky. Donaba la mayor parte de su salario presidencial, conducía un Volkswagen Escarabajo de los años 80, y recibía mandatarios y delegaciones internacionales sin protocolo ni trajes. Esa coherencia ética lo convirtió en símbolo de honestidad en un continente muchas veces golpeado por la corrupción.

Una voz que le recordó al mundo que la humanidad está por encima del consumismo

Su figura trascendió fronteras gracias a sus discursos en foros internacionales. En 2013, en la Asamblea General de la ONU, sorprendió al mundo con una reflexión sobre el consumo, el medio ambiente y la libertad humana: “Desarrollar no es llenar de consumo el planeta. Es dar felicidad humana, paz, vivir con sentido”.

Mujica se definía como un hombre de izquierda “libertario”, influido por el anarquismo, el marxismo y el humanismo. No renegaba de su pasado guerrillero, pero siempre insistía en que la violencia no era camino para transformar una sociedad: “Aprendí que con violencia no se cambia el mundo. Se cambia si cambiamos nosotros”.

“Si abdicamos del sentido de sobriedad en la vida, seremos eternos esclavos de la sociedad del mercado”, decía, advirtiendo que la humanidad había sido conducida a una “cultura subliminal” que les ha dicho a las personas que deben ser funcionales al mercado; algo que se contrapone a la libertad. “Cuando multiplicás al infinito la ley de la necesidad, la pagás con libertad. La pagás con el tiempo de tu vida dedicado a eso”.

Mujica le concedía valor a las cosas del mundo a partir del esfuerzo humano que se requería para forjarlas, y dicho esfuerzo -explicaba- se cuantifica no con dinero sino con el tiempo. Un principio que se conecta con el concepto de la plusvalía y que el mismo Karl Marx resumía en una frase: “El tiempo es la medida de la riqueza, pero el tiempo libre es la riqueza misma”. Una filosofía empática con los trabajadores y trabajadoras, con el valor intrínseco del trabajo que son las horas que se cambian por monedas, la entrega de una parte de la vida para la producción a cambio de tiempo para vivir con dignidad y afecto.

Su legado trasciende en el valor de existir, en el milagro que él reconocía en el nacimiento. El paraíso, según sus palabras, estaba representado en la existencia entre la nada que estaba antes de nacer y la nada que espera después de la muerte. De ahí su lucha incansable porque el tiempo de los humanos en la tierra se viviera con dignidad, confrontando la codicia, no solo de los grandes capitales, sino de la que existe individualmente.

La ternura como forma de resistencia

En 2014 fue reelecto senador, pero en 2018 renunció definitivamente a su banca, cerrando su ciclo en la política de gobierno. “Me voy porque me estoy yendo. Porque el desgaste de los años es implacable”, dijo entonces. Nunca dejó la militancia: siguió participando de actividades del MPP y del Frente Amplio, y convirtió su chacra en espacio de diálogo para jóvenes y movimientos sociales.

Pepe Mujica fue maestro sin pretensión de serlo. Advirtió contra el odio, la polarización y el cinismo. Defendió la ternura como forma de resistencia. “No quiero que me recuerden, quiero que hagan algo”, decía. Pero será recordado: como símbolo de una izquierda humanista, como político que no se enriqueció, como hombre que luchó y amó a su pueblo sin pedir nada a cambio.

Advirtió la llegada de una derecha extremista, chovinista, ultranacionalista

En sus últimas apariciones, ‘Pepe’ Mujica advirtió sobre la crisis de la democracia liberal y la socialdemocracia, señaló que al ceder ante los poderes económicos, sobreponiendo sus intereses sobre los del pueblo, se abandonó a las clases medias y a los trabajadores, quienes, desesperadas, acudirían a los extremismos de derecha buscando una respuesta.

“El péndulo de la historia parece empujar en este momento, en varios países, hacia la derecha extrema, hipernacionalista, xenófoba, portadora de un proteccionismo chovinista que amenaza hacer pedazos la globalización abierta, esta sí hija de intereses concentradores y oligopólicos”.

Trump en Estados Unidos y Milei en Argentina, son las caras cercanas de esta tragedia que condena al mundo a cortar las relaciones económicas entre las naciones y el intercambio comercial; olvidando que el Estado debe proteger a los más pobres para garantizar los derechos humanos y la dignidad. La deshumanización está a la orden del día y la crisis del Estado de Derecho parece inminente. El legado de José Mujica es el contrapeso a las ideologías del odio, pues justamente fue un sobreviviente de una época de locura, de guerras despiadadas, torturas y desapariciones de Estados cooptados por intolerantes. Él fue un sabio cuya sabiduría fue forjada en el dolor de la guerra, la cárcel, la tortura.

Amigo de Colombia y aliado en la paz

En marzo de 2023, la Misión de Verificación de la ONU para el Acuerdo de Paz entre el Estado colombiano y las FARC-EP le entregó un reconocimiento en Uruguay por su liderazgo y papel protagónico dentro de la Comisión de Notables que contribuyeron a la firma del acuerdo de paz entre las partes. En sus múltiples visitas al país, su intervención fue determinante para que los negociadores cedieran bajo la premisa de que lo prioritario era la paz para los colombianos. En su discurso, reiteró un mensaje contundente de unidad latinoamericana: «No hicimos otra cosa que lo que teníamos que hacer porque me siento parte de Colombia, porque es nuestra América». Y agregó: «Pertenecemos a muchos países pero tenemos pendiente la tarea histórica de una patria en común».

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Cambiar la intolerancia y los tiros por la utopía de saldar enormes deudas sociales: doce millones de campesinos pobres y Colombia entre los cinco países más injustos de la tierra. Sepamos todos hoy que el ciclo de violencia enfermiza arrancó por el brutal salvajismo de una oligarquía cavernaria que no podía soportar la tolerancia de un liberalismo sensible a la justicia social. [...] Sepamos todos que Colombia y su pueblo pagaron un precio enorme por esa intolerancia oligárquica. Pero aprendamos hoy todos de esta enorme lección política de la historia”.

José Mujica no desistió en su llamado a buscar la paz de Colombia, y felicitó al presidente Gustavo Petro por mantener tercamente esa línea, aún en contra de las críticas más corrosivas y crueles, porque la paz no puede ser una esperanza fallida en un mundo que les pide a los seres humanos más consideración y empatía.

Con su muerte, se apaga una voz imprescindible, pero queda su legado que recuerda que la política puede ser decente, que el poder puede ser humilde, que la revolución más difícil —al interior, en las conciencias— también es la más duradera.