Por: Víctor Guerrero Apraez
La guerra entre Israel e Irán desencadenada por un ataque sin precedentes contra el gobierno de Teherán en las primeras horas del 16 de junio del 2025 -más de 200 cazabombarderos, drones y comandos en tierra- cumple su primera semana. Ha colocado al mundo al borde de una tercera guerra mundial y al orden internacional a centímetros de su colapso.
El ataque no provocado ordenado por Netanyahu, con pleno respaldo de Trump, constituye una agresión internacional o crimen contra la paz, que se suma ominosamente a un listado interminable de atrocidades apiladas en sus manos; su perpetración se prosigue en un paroxismo de horror en donde el genocidio -con uso de inteligencia artificial y transmitido mainstream- se propulsa con la indiferencia de los países europeos y la inacción de los árabes.
La respuesta iraní de misiles y drones ordenada constituye el ejercicio del derecho inherente de legítima defensa que asiste al estado iraní tal como lo estatuye la Carta de la ONU en su artículo 51. El inicio de la guerra ha sido posible por el debilitamiento de Hezbollah, pero en especial por el reemplazo del régimen sirio por uno más cercano a Israel, que permitió el uso de su espacio aéreo por primera vez facilitando la incursión aérea.
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En la reunión del G7 los líderes mundiales ante la rotundez de los hechos reafirmaron, en una aberrante declaración a espaldas de la realidad, el derecho de Israel a defenderse como si este fuera el estado agredido; la portavoz del secretario general de la ONU, en una rueda de prensa, no atinó a identificar el derecho de Irán a su defensa; el canciller alemán Merz, no tuvo empacho en afirmar que el primer ministro israelí estaba haciendo el trabajo sucio en beneficio de todos los occidentales-una expresión cargada de funestas resonancias, pues fue el propio Hitler quien justificara la aniquilación judía aludiendo a que con ello hacía el trabajo sucio que sus congéneres continentales no se atrevía a realizar-; los llamados del gobierno israelí a asesinar el Ayatola Khameini y al cambio de régimen, son otra intolerable violación del derecho internacional.
El orden internacional de la posguerra tuvo como finalidad primordial impedir la repetición del genocidio. Por eso se prohibió en la Convención Internacional en su contra un día antes de la Carta Naciones Unidas el 9 de diciembre de 1948, que tuvo, a su turno, como propósito esencial la proscripción de la agresión internacional.
Fue un jurista judío polaco, Rafel Lemkin, quien, gracias a una labor heroica y solitaria, consiguió su repudio. La proscripción de la guerra tuvo como premisa la distinción entre agresor y agredido para su condena. Israel, conducido por un político corrupto, inescrupuloso, y mendaz, apoyado por la coalición más derechista en la historia del país, se ha encargado de triturar esos dos pilares.
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Su accionar ha sido posible gracias al apoyo incondicional y multimillonario del gobierno estadounidense, la complicidad de la OTAN, la tibieza de los estados europeos derivando hacia la derecha, el oportunismo de los países árabes y el trasfondo cultural e histórico de un milenio de cruzadas o guerras santas en contra del mundo árabe.
El estado criminal -su cúpula de gobierno con órdenes de captura por la CPI-, canalla -embarcado en el exterminio genocida del pueblo gazatí- y fallido -no podría subsistir más de unos pocos meses sin el dinero estadounidense- pretende arrastrar tras de sí a la mayor potencia mundial y a una Europa más confundida que nunca acerca de su papel en el mundo: como ya lo había predicho Hobbes, el Leviatán que no sabe distinguir entre amigo y enemigo se hunde en el reino de las tinieblas.
Bajo el falaz argumento de hallarse en peligro su propia existencia, Israel ha conseguido introducir como moneda de cambio en el ámbito mundial la ramplonería de la mentira. Llevando a su perfección la tarea iniciada por los neoconservadores del segundo Bush, cuando bajo la falacia de las armas de destrucción masiva en poder de Sadam Hussein, justificara la invasión de Iraq -secundado por un Tony Blair deslumbrado por los asados rancheros en Texas de su homólogo gringo, un Aznar con reflejos franquistas y el apoyo moral de un Álvaro Uribe; la patética exposición del entonces secretario de defensa, Collin Powell, acreditando su presencia fue una mendacidad tan escandalosa que la pintura del Guernica de Picasso -denuncia estética sin par del bombardeo nazi contra población civil- tuvo que ser retirada del recinto donde inadvertidamente servía como telón de fondo.
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La falacia fue el argumento para el ataque contra Libia en 2011 -los ejércitos de Gadafi supuestamente cargaban kilos de viagra en sus morrales para violar las mujeres de sus opositores-; fue empleada contra el régimen sirio en 2015, esta vez bajo el supuesto empleo de armas biológicas.
Esta vez la mentira de la inminencia de la consecución de una bomba atómica por Irán no sólo es contraevidente, sino que se refuta por sí sola de cara a las afirmaciones de Netanyahu, que ha sostenido idéntica letanía sin inmutarse desde 1996, al menos en cuatro ocasiones ante la Asamblea General.
Pero también por las aseveraciones de la Agencia Internacional de Energía Atómica, categórica en negar toda actividad iraní de construcción de armas atómicas. La arrogancia estadounidense alabando la agresión, demandando la ‘rendición incondicional’ de Irán -otra expresión cargada de veneno histórico, pues fue la misma exigencia impuesta a Japón antes de las bombas de Hiroshima y Nagasaki-, y el previo torpedeo durante el primer gobierno Trump del Acuerdo de Cooperación al retirarse del mismo, socavan cualquier credibilidad a la justificación de Israel.
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Pero todo este entramado vergonzoso de mistificaciones, contra evidencias y retorsiones, tienen un trasfondo más siniestro. Desde 1994, el neo conservadurismo estadounidense elaboró el plan de acción conocido bajo el nombre de ‘Ruptura Limpia’ (Clean Break), en el que se estableció el programa, presentado a Netanyahu cuando fuera elegido por primera vez como primer ministro, para resetear la geopolítica del Medio Oriente.
Promover el sionismo, destruir los Acuerdos de Camp David, desprestigiar la solución de dos estados, aumentar el involucramiento estadounidense, y cambiar el régimen en Siria e Iraq. Posteriormente, el excomandante de la OTAN, Wesley Clark, desveló el plan de cambiar los gobiernos de al menos siete países: Afganistán, Iraq, Libia, Sudán, Yemen, Siria e Irán.
Desde 2002 esta estrategia se ha venido cumpliendo sistemáticamente. Solo que los cambios de régimen únicamente han producido mayor inestabilidad y un retroceso civilizatorio desmesurado. El costo en vidas humanas ha sido de cuatro y medio millones de personas. A diferencia de los seis países anteriores, Irán es una potencia media no comparable.
Es por ello, que luego de sus baladronadas iniciales de atacar en el término de la distancia, Trump se ha dado dos semanas para tomar su decisión final. Aun el más bravucón de los gánsteres vacila ante su propia fosa.
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Víctor Guerrero Apraez es profesor asistente de la Pontificia Universidad Javeriana. Abogado con Máster en Derecho Internacional Público, Universidad de Konstanz Baden - Wurtenberg, Alemania. Ex director del Área de Políticas de la Consejería de DDHH y DIH.
Ex asesor Comisionado de Paz; consultor internacional: ONU Grupo de trabajo sobre mercenarismo y compañías privadas militares y de seguridad, ACNUR, Consejo Noruego para Refugiados, Universidad de Oslo; Consultor nacional PGN, FGN, CCJ; investigador en temas de conflicto armado, DDHH, DIH y autor de numerosos ensayos en publicaciones nacionales e internacionales.
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