Cada vez que un nuevo papa es elegido, uno de los primeros gestos simbólicos y de profundo significado es la elección de un nuevo nombre. Aunque no es una obligación formal dentro del Derecho Canónico, esta tradición se ha convertido en una práctica establecida desde hace más de mil años y representa una declaración de intenciones del pontífice recién elegido.
La costumbre comenzó en el año 533 con el papa Juan II, quien en realidad se llamaba Mercurio. Considerando inapropiado portar el nombre de un dios pagano como cabeza de la Iglesia Católica, decidió adoptar un nombre cristiano al asumir el cargo. Desde entonces, todos los papas han seguido el ejemplo, utilizando este cambio para reflejar su visión, rendir homenaje a figuras que admiran o marcar un giro en la historia del papado.
Puedes leer: ¿Cuándo será el cónclave y qué se espera del nuevo papa?
Por ejemplo, el papa Francisco eligió ese nombre en honor a san Francisco de Asís, símbolo de humildad, pobreza y cercanía con los más desfavorecidos.
Juan Pablo II combinó los nombres de sus dos predecesores inmediatos —Juan XXIII y Pablo VI— para expresar continuidad en medio de tiempos convulsos para la Iglesia.
Benedicto XVI, por su parte, aludió a san Benito y a Benedicto XV, buscando proyectar un mensaje de paz y raíces espirituales profundas.
Puedes leer: Francisco: el papa reformista y latinoamericano que conectó a la Iglesia con el mundo moderno
Así, más que un simple cambio nominal, el nuevo nombre papal es una señal poderosa de lo que vendrá: una hoja de ruta espiritual, pastoral y política del líder de más de mil millones de católicos en todo el mundo. Es un gesto cargado de historia, simbolismo y expectativas.
📢 Entérate de lo que pasa en Colombia, sus regiones y el mundo a través de las emisiones de RTVC Noticias: 📺 míranos en vivo en la pantalla de Señal Colombia y escúchanos en las 73 frecuencias de Radio Nacional de Colombia 📻.